En esa línea, las teorías de que el estigma contra el consumo de drogas es éticamente incorrecto y que, al mismo tiempo, empeoran las respuestas de los sistemas públicos de salud, ganan terreno entre los adeptos a la reducción de daños y los consumos no problemáticos. Son los mismos que sostienen que ningún cambio en las políticas públicas tiene verdadera capacidad para impactar sobre las prevalencias del consumo de drogas, y que ningún gobierno debería intentar reducir el uso de sustancias, incluso si pudieran hacerlo, ya que se trata de decisiones individuales y privadas.
Para Humphreys y Caulkins, los seres humanos somos sumamente vulnerables, en especial aquellas vidas traumatizadas y duras. Por eso es necesaria la empatía ante las personas afectadas por una adicción, y la necesidad moral de encontrar ayuda. Pero la destigmatización es un enfoque profundamente equivocado. La desaprobación cultural del comportamiento dañino, de ciertas conductas socialmente disvaliosas, como por ejemplo el fumar en espacios compartidos, puede ser una fuerza potente para proteger la salud y la seguridad pública. La mayoría de las estrategias de reducción de daños son mucho menos poderosas y, como respuesta primaria a la crisis de las drogas que se vive en los Estados Unidos, incluso son inadecuadas: las tasas de adicción y mortalidad siguen siendo terriblemente altas en áreas que han evitado abordar el consumo de drogas y simplemente se han centrado en reducir riesgos y administrar el uso de sustancias.
Vaya un ejemplo. La provincia canadiense de Columbia Británica ha transformado a la reducción de daños en la pieza central de su estrategia de respuesta a las drogas. Despenalización, atención médica universal y amplia gama de servicios de salud a usuarios de sustancias (heroína suministrada en clínicas y distribución legal de opioides). No obstante, su tasa de muertes por sobredosis es casi idéntica a la de Carolina del Sur, que mantiene el "viejo paradigma" del castigo penal disuasorio, y proporciona poco en materia de servicios de reducción de daños. Que enfoques tan radicalmente diferentes produzcan el mismo resultado sugiere tener cierta cautela al momento de plantear el potencial de la reducción del daño como la panacea.
Otro dato no menor, que a menudo se olvida, es que por definición, la reducción de daños sólo ayuda a personas que ya consumen drogas. El objetivo, en primer lugar, debe ser disuadir a la gente de utilizarlas. Desestigmatizar el consumo de drogas hace lo contrario. Los tabúes existen, en parte, porque son eficaces como forma de impulsar cambios de comportamiento. El tabaquismo es el mejor ejemplo que se nos puede ocurrir de cómo la cultura puede modelar conductas de forma positiva.
Si sumamos otra variable al debate, la hipótesis se fortalece. ¿Qué sucede con los enfoques y brechas de género? En Suecia, las tasas de tabaquismo entre las mujeres igualan o superan las de los hombres. En cambio en China, las tasas para los hombres son 25 veces más altas que para las mujeres. Esto nada tiene que ver con diferencias biológicas entre mujeres suecas y chinas, sino con el poder de la aprobación y/o desaprobación social. Lo que algunas mujeres consideran una victoria en general en términos de igualdad de derechos, en el campo del consumo de drogas es toda una derrota. No existe celebración alguna en que exista paridad estadística en el consumo entre hombres y mujeres (especialmente en población adolescente), cuando sabemos que biológicamente (no culturalmente) el daño en el organismo femenino es mucho mayor.
Parece duro plantear que la estigmatización puede constituir un factor de protección, en especial cuando la agenda internacional propicia el concepto de "reducir el estigma y la discriminación hacia las personas con adicciones". Pero no puedo más que adherir a esta idea de cómo las normas comunitarias (que son mojones de comportamiento no escritos) actúan como barreras, como diques de contención, ante la normalización del uso de sustancias.