23 abr 2024

Consumo de drogas: el tabú de la prevención

Uno de los peores azotes de nuestro tiempo, al menos en lo que respecta al enfoque preventivo en materia de uso y abuso de sustancias entre jóvenes, es la tácita aceptación de que las cosas son así porque no hay forma de modificarlas. Desde esta perspectiva cuasi resignatoria, el consumo ya viene dado, grabado en nuestra razón humana como un ADN indeleble. ¿Para qué luchar contra lo inevitable, si de todas formas sucederá y no podremos hacer nada para impedirlo?

La naturalización (o normalización) del consumo de drogas es, a mi entender, uno de los principales factores de riesgo que permitirían explicar y comprender esta conducta entre niños, niñas y adolescentes, y actuar en consecuencia. Es causa, y a la vez consecuencia, de una concatenación contextual de variables que se entremezclan y sedimentan a lo largo del tiempo. Porque la naturalización no viene dada, sino que es un constructo social.

Dicho de otro modo, si el sentido común mayoritario y preponderante lleva a los individuos de una sociedad a considerar ciertas acciones y creencias como naturales, las incorpora en su cotidianeidad de forma tan profunda que ni siquiera se las cuestiona. Recuerdo siempre una campaña de prevención y educación para la salud del año 2011, lanzada por el Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad del gobierno de España. A lo largo de todo el spot se ponía en tensión el concepto de “normalidad” según cada etapa de desarrollo y crecimiento de los niños y niñas, reprochando la naturalización del inicio del consumo de alcohol a los trece años.

Aquella campaña tendría hoy absoluta vigencia, porque hacía eje en reflexionar acerca del gran peligro que reviste asignarle la categoría de “normal/natural” a hechos sociales como el uso de drogas. Porque si una sociedad renuncia a problematizar estas prácticas, se termina validando que se transformen en conductas habituales. Y con el correr de los años se vuelven inmodificables, porque han logrado desplazar el umbral del riesgo y de aceptación social. Es como una tuerca oxidada, casi imposible de remover.

Entonces, consecuencia directa de la naturalización, es la tolerancia social. Probado está que la desaprobación del conjunto a ciertos comportamientos dañinos o socialmente disvaliosos puede ser una fuerza potente para proteger la salud y la seguridad pública. Incluso algunos tabúes, algunos mojones de conducta no escritos pero enraizados en la comunidad, son eficaces como forma de impulsar cambios de comportamiento (positivos o negativos). Como ejemplo se me ocurre el reproche social a fumar en espacios compartidos, algo que es mucho más eficaz que cualquier posible sanción legal (más allá de que exista normativa específica para estos casos, y que el tabú suele anteceder al derecho).

Sepan disculpar. Quizás suena algo extremo plantear que ciertos impedimentos culturales, religiosos o sociales pueden llegar a constituir un potente factor de protección. Pero si sumamos otras variables al debate, la hipótesis de cómo ciertas normas comunitarias (que son mojones de comportamiento no escritos) actúan como diques de contención ante la normalización del uso de sustancias, puede fortalecerse.

En Suecia, las tasas de tabaquismo entre las mujeres igualan o superan a las de los hombres. En cambio en China, las tasas para los hombres son veinticinco veces más altas que para las mujeres. Estos indicadores nada tienen que ver con diferencias biológicas entre mujeres suecas y chinas, sino con el poder de la aprobación y/o desaprobación social en un contexto determinado.

Otro ejemplo. Los diez países con mayor proporción de personas con problemas de alcoholismo son europeos. En algunos casos, y sin que suene a justificativo, ciertas condiciones climáticas adversas resultan un detonante para el uso abusivo de las bebidas con alcohol. En contrapartida, las únicas regiones que ciertamente no tienen ningún problema con la bebida son Medio Oriente y el Magreb. La razón: la mayor parte de la población profesa el Islam, una religión que prohíbe el consumo de alcohol. El Islam se desarrolló en regiones muy secas, en parte desierto. En regiones donde el agua era un bien precioso y escaso, el consumo de alcohol resulta bastante desaconsejable no desde lo moral, sino desde lo biológico.

Lo que sucedió con el alcohol, en términos de tolerancia y de óxido, ahora está ocurriendo con la marihuana y sus pretendidas potencialidades medicinales. Creo que necesitamos urgentemente volver a poner al riesgo en el centro de nuestras estrategias preventivas, y a las adicciones y los usos problemáticos en el centro de la opinión pública. La normalización y la naturalización de ciertas conductas resultan determinantes para establecer prioridades en la agenda. Aquello que no se problematiza no merece atención ni intervención por parte de un Estado, y pasa a convertirse en un micro asunto de las personas afectadas y su círculo cercano que, por su escasa magnitud, no reúne el criterio de valor noticia que el periodismo requiere para otorgarle visibilidad mediática. Y viceversa.

El discurso público sobre las drogas también constituye una posible variable de modelaje contextual, que en sus extremos puede ser un factor de riesgo o de protección en función de que determina nuestros imaginarios sociales, la forma en cómo pensamos o cómo interpretamos la realidad en un espacio y tiempo determinados.

La subjetividad colectiva es otro factor de riesgo (o de protección). Vamos a otro ejemplo concreto. La ciencia aún no ha determinado la efectividad terapéutica del uso de ciertos componentes de la planta de cannabis, ni tampoco se ha podido establecer con certeza que los posibles beneficios superan a los perjuicios para la salud. Sin embargo, a lo largo de los últimos años, al amparo de sus supuestas propiedades panaceicas, se ha ido arraigando una mirada sumamente laxa y benévola en torno al consumo de marihuana con fines medicinales, que ha contribuido a reducir la percepción de riesgo.

Sucede que no importa mucho lo que algo es, sino lo que creemos que algo es. En tiempos de posverdades, creencia y evidencia no necesariamente circulan por carriles idénticos.

Y cuando una suposición se vuelve (supuestamente) mayoritaria y dominante, pensar distinto se torna un acto contracultural y revolucionario, a menudo insostenible para todos los que enarbolan pensamientos opuestos en el campo de la reducción de la demanda de drogas.

Así opera la espiral del silencio.Así se pasa de la sanción social a la normalización. Así se naturalizan ciertas conductas. Quizás no estamos muy lejos de empezar a visualizar a la prevención del uso de drogas como un nuevo tabú.

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16 abr 2024

Avanzan las iniciativas para incluir advertencias sobre los riesgos del consumo de alcohol

A partir de 2026, una ley exigirá que los envases de cerveza, vino y licor que se vendan en Irlanda tengan una etiqueta con dos advertencias en letras mayúsculas rojas: “HAY UN VÍNCULO DIRECTO ENTRE EL ALCOHOL Y LOS TIPOS MORTALES DE CÁNCER” y “EL CONSUMO DE ALCOHOL PROVOCA ENFERMEDADES HEPÁTICAS”. Este requerimiento, que se convirtió en ley el año pasado, está respaldado por investigaciones científicas de varias décadas y va mucho más allá de lo que cualquier otro país haya emitido hasta ahora sobre los riesgos para la salud derivados del consumo de alcohol. 

Las pruebas que vinculan el consumo de alcohol con el cáncer están bien fundadas. En 1988, el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (IARC, por su sigla en inglés), de la Organización Mundial de la Salud, concluyó que el alcohol es un cancerígeno para los seres humanos. Las investigaciones en las décadas que siguieron no han hecho más que apuntalar esa conclusión, por ejemplo, en relación con el cáncer hepático, de mama, colorrectal y de esófago. En el mes de noviembre, la OMS y el IARC declararon en un comunicado conjunto: “No se puede determinar ninguna cantidad segura de alcohol para no desarrollar cáncer”.

El requisito ha desatado una fuerte oposición por parte de todas las empresas de bebidas alcohólicas en el mundo. A fines de 2022, un grupo de destacados países europeos exportadores de bebidas alcohólicas presentaron objeciones formales a la Comisión Europea, la rama ejecutiva de la Unión Europea, en las que alegaban que las etiquetas de Irlanda entorpecían el libre comercio y no eran ni adecuadas ni proporcionadas para disminuir el daño provocado por el alcohol.

En las reuniones de comités de la Organización Mundial del Comercio (OMC), en los meses de junio y noviembre, las agrupaciones comerciales y once países exportadores de bebidas alcohólicas, entre ellos Estados Unidos, manifestaron sus inquietudes, cuestionaron la validez científica de la advertencia de desarrollo de cáncer y alegaron que las etiquetas de Irlanda atentarían contra el libre comercio.

En comentarios presentados a la OMC, el Consejo de Licores Destilados de Estados Unidos tildó las etiquetas de “imprecisas” y “engañosas”. Este grupo también insinuó que “este importante objetivo de salud pública se gestionaría mejor” si fuera parte de una labor paralela para atender el cáncer en la Unión Europea, una zona donde se ha demostrado que la industria de las bebidas alcohólicas tiene una mayor influencia.

Pero al margen, la iniciativa de Irlanda está haciendo que algunos otros países presionen para tomar medidas parecidas. Por ejemplo en Tailandia el gobierno está en las etapas finales de redactar una normativa que requiere que los productos que contienen alcohol lleven imágenes gráficas acompañadas de advertencias con textos como “las bebidas alcohólicas pueden ser causa de cáncer”. En Canadá, el Parlamento presentó un proyecto de ley que exigiría que las etiquetas de todas las bebidas alcohólicas hablen de un “vínculo causal directo entre el consumo de alcohol y el desarrollo de tipos de cáncer mortales”. En Alaska también se avanza en un proyecto similar.

Resta mucho por hacer. Sólo una cuarta parte de los países exige algún tipo de advertencia sanitaria relacionada con el alcohol, y el lenguaje que debe usarse es impreciso. 

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2 abr 2024

Marcha atrás con la despenalización de la tenencia de drogas en Oregón

La gobernadora de Oregón, Tina Kotek, firmó un paquete de proyectos de ley que vuelve a convertir en delito la posesión menor de drogas e invierte millones en programas de salud conductual, lo que marca oficialmente el fin de la corta (y políticamente conflicitiva) experiencia del estado con la despenalización de las drogas. La nueva ley voltea un punto central de la Medida 110, enfoque aprobado en 2020, que convertía la posesión menor de drogas ilícitas como fentanilo, metanfetamina y heroína en una infracción no penal equivalente a una multa de tráfico.

El cambio entrará en vigor el 1° de septiembre de este año, convierte la posesión de pequeñas cantidades de drogas duras en un delito menor nuevament,e y crea una nueva clase de infracción que conlleva el potencial de hasta 180 días de cárcel. Durante los debates, los legisladores enfatizaron que las personas encontradas consumiendo drogas ilícitas deberían tener múltiples oportunidades para recibir tratamiento antes de ser enviadas a la cárcel. 

Kotek expresó que espera que el Departamento Correccional “agote las oportunidades no relacionadas con la cárcel para imponer sanciones por delitos menores” y garantice un “enfoque consistente de supervisión cuando un individuo es liberado” de la custodia para ingresar a tratamiento. Agregó que los programas previos al arresto ayudarán a “reducir las consecuencias colaterales de la participación del sistema de justicia y puede ayudar a mitigar las disparidades raciales y étnicas que se prevé que creará esta legislación”.

Además, otro proyecto paralelo firmado por la gobernadora, reserva 211 millones de dólares para programas y proyectos destinados a ampliar el acceso al tratamiento por abuso de sustancias, incluso en las cárceles, y a los servicios de salud mental en todo Oregón. También incluye financiación para la educación sobre la prevención del abuso de sustancias. Parte de los fondos seguirían proviniendo de los impuestos sobre el cannabis legal.

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