En el 2014 tuve la posibilidad de participar en un panel debate sobre el rol del periodismo al momento de informar sobre el problema de las drogas. Recuerdo que compartí ese espacio organizado por el gobierno de la provincia de Salta con un destacado periodista del diario La Nación, muy entendido en el abordaje de la temática.
Durante mi ponencia reflexioné que el tratamiento periodístico de ciertos temas socialmente complejos como el que ese día nos convocaba a debatir, amerita la búsqueda de consensos entre los actores partes del proceso comunicacional, y que todos deberían establecer claramente las responsabilidades que comparten al transmitir ciertas informaciones que pueden ser extremadamente costosas para la sociedad sino se las difunde desde una premisa de compromiso social.
Sostuve también, como lo vengo advirtiendo hace tiempo, que debido a los procesos actuales de selección informativa en relación a los parámetros con los que tradicionalmente se medía el concepto de noticiabilidad de ciertos acontecimientos, la información en sí misma ha comenzado a perder su carácter de bien público para ser usada como una mercancía. Esto determina que las noticias que agregan valor social se encuentren en proceso de extinción, que el modelo mediático existente en gran parte del mundo es incompatible con el desempeño socialmente responsable del periodismo, y que la única ética periodística posible, como dijera alguna vez un importante directivo del diario La Nación, es la de ganar dinero.En esa oportunidad concluí que en virtud de mi práctica cotidiana como vocero de la ex SEDRONAR, los periodistas paulatinamente se han ido alejando del interés por narrar historias nuevas y valiosas: “Ahora se escribe sobre cosas irrelevantes para la gente pero relevantes para los intereses que se defienden. Aspectos como la notoriedad, valor social, interés público, temas de carácter local o práctico, imprevisibilidad o novedad, siempre contribuyeron a una mejor comprensión de las motivaciones que llevan a la inclusión (o no) de determinadas informaciones en un medio. Es sintomático que esta herramienta este brindando cada vez menos pautas para explicar las opciones de ocurrencia de determinados asuntos en la prensa cotidiana”.
A su turno, el colega desestimó mis afirmaciones al puntualizar que mis palabras referían a una visión “romántica” del periodismo, y que en tiempos de concentración mediática, competencia, mercantilización de los contenidos e inmediatez informativa no había lugar para este tipo de utopías.
No han cambiado mucho las cosas desde ese entonces. La concentración de la propiedad de los medios de comunicación en grandes corporaciones transformó al viejo periodista orfebre de la noticia en un obrero a quien se le extirpa la ideología y se lo introduce en una cadena de producción industrial regida por procesos de convergencia y cantidad, en detrimento de la información de calidad (un producto excesivamente costosos de elaborar).
Como en el mito de las cavernas, el acceso a la realidad se realiza cada vez menos a través de la experiencia directa y cada vez más a través de los medios de comunicación y las redes sociales. En esta realidad mediada y proyectada, es necesario asumir que el periodista es intérprete del contexto social y, en muchos casos, modelador de las imágenes que adquiere la sociedad sobre la mayoría de las temas. El impacto que esto supone sobre la percepción social de los diferentes aspectos relacionados con el problema de las drogas es de gran importancia: al elegir mostrar una perspectiva de un problema, a expensas de otras formas de abordarlo, se toman decisiones que pueden incentivar, propiciar o fomentar el consumo de sustancias, especialmente entre los jóvenes.
A continuación les comparto una serie de pautas básicas que pretenden facilitar el abordaje periodístico de un problema sumamente complejo, desde un enfoque de responsabilidad social compartida.
Un término que dice poco. La indefinición que acompaña a “la droga” o “drogas” permite su utilización en discursos imprecisos y le asigna una entidad propia a la sustancia.
El alcohol es una droga. El status jurídico muchas veces termina favoreciendo un tratamiento más benévolo para las drogas legales y también a la tolerancia social.
Adicto no es sinónimo de consumidor. Equiparar ambos términos termina desdibujando las fronteras entre uso, abuso y dependencia, o presentándolos como etapas necesarias.
Atractivas connotaciones. Se recomienda cautela en el uso de términos relacionados con ciertas sustancias. También lo son las noticias sobre “tendencias”, pautas de iniciación o modas.
Manejo de las cifras. Algunas cifras de prevalencia son abordadas desde un enfoque de ranking o tabla de posiciones. Es necesario aclarar a diferencia entre prevalencias, margen de error, tamaño de la muestra.
Evitar la marginación y los estereotipos. La reedición de asociaciones tradicionales respecto a drogas y usuarios, o personas con padecimiento mental, pueden estimular el rechazo social hacia ellos, su marginación, su estigmatización.
Propiedades terapéuticas de la marihuana. La difusión de las bondades terapéuticas de ciertos principios activos de la planta suele estar mal comunicada. Esa falta de precisión genera confusión y alimenta su supuesta inocuidad.
Marco legal vigente. No se penaliza el consumo, sino la tenencia de drogas (ya sea para consumo o comercialización). El fallo Arriola sentó jurisprudencia más no cambió la ley de drogas 23737.
Criminalizar, despenalizar, regular y legalizar. Existen diversas clasificaciones jurídicas que no son sinónimos, por más que resulten semejantes.
Los lugares comunes del lenguaje periodístico. Es necesario desterrar la palabra flagelo (del latín flagellum). Es apropiado utilizar el término “problema” o “problemática”.
Detrás del problema la solución. Incluir líneas/canales de orientación es tender un puente entre el Estado y la población.